lunes, 16 de junio de 2008

Experiencias recientes frente a la pantalla grande

Mentiría al decir que estas últimas visitas al cine han resultado provechosas o entretenidas, pero no por ello me atrevería a llamarlas infructuosas. En este punto debo hacer notar que podemos considerar un fruto al rencor o al desprecio, a la risa o al disfrute, pero no siempre cualquiera de ellos puede ser provechoso para quien lo experimenta. Sin embargo, puede ser una experiencia entretenida.
En esta última semana, después de varias de ausencia en la salas de cine, acudí, sin amenaza previa alguna, a ver dos películas altamente prescindibles que bien pueden atraer al incauto con campañas publicitarias engañosas: "Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal" y "El Fin de los Tiempos".
Hablemos claro, no es mi intensión criticar inmerecidamente y sin argumentos a ningún filme, es necesario que esto quede bien nítido, de igual modo, el hecho de que no pretendo desprestigiar a ningún director o guionista por haber realizado un trabajo cuya finalidad haya sido alcanzada con la obra exhibida.
Una vez dicho esto, continúo.
Resulta, para un espectador que disfrutó las primeras tres partes de la saga de Jones, casi imposible notar la falta de seriedad involucrada en la creación de esta cuarta entrega. Si bien recordamos a un Indy intrépido, ágil, en esta extensión de la saga, se antoja imposible creerle al personaje dichas capacidades, pues la condición física del héroe se nota evidentemente diezmada por el paso de los años. Quizá no por este solo argumento pueda asegurar la paupérrima calidad de la obra, quizá no puedo obviar cierta calidad o experiencia en lo que refiere a fotografía o dirección, incluso la edición. Entrar de lleno a criticar elementos que fungen únicamente como un medio para narrar una historia mediocre plagada de lugares comunes -dentro de la diégesis planteada desde el primer filme de Indy- no es necesario. Digamos con certeza que en tanto a los recursos utilizados y la finalidad que persiguen estos, la película y su narrativa funcionan adecuadamente. Que la obra final sea tan predecible, cursi e inverosímil; que pretenda, por medio de secuencias de acción constantes y excesivas, chistes forzados y pueriles encaminados al refuerzo de un discurso específico, no es culpa de los recursos fílmicos. No busquemos la deficiencia del qué en el cómo.
Por su parte, El Fin de los Tiempos parece un intento fallido de thriller que lejos de emocionar al espectador con sucesos inesperados o provocar temor alguno, cae en lugares comunes con resoluciones fáciles o insipientes, anunciadas desde el mismo inicio de la historia. A lo largo de toda la película vemos frases que sustentarán el desarrollo de la ridícula trama que nos presenta Shyamalan, no conforme con sus previos arrebatos en los que juega al guionista innovador -La Dama en el Agua, La Aldea, El Protegido, Señales- que no han hecho sino marcar una línea bastante mediocre. Podemos mencionar que, quizá de algún modo, sus intentos de buscar la fantasía o lo inimaginable dentro de la cotidianidad no sean del todo ingenuos, pues pretende ubicarlos en los lugares más próximos al común de la gente, tal vez con el fin de interesar al espectador medio; sin embargo, llegan a a parecer ridículos e inverosímiles.
Desde los primeros minutos en El Fin de los Tiempos podemos encontrar clichés colocados al por mayor sin criterio alguno, pues -y esta es quizá la más grande pregunta que me surge- ¿de qué sirve que el personaje principal, imposibilitado para resolver la problemática que se le presenta, sea un profesor de ciencias, si de cualquier modo no hace uso de sus conocimientos que , al parecer, son mínimos en comparación a los de un personaje secundario - Frank Collison, el propietario del invernadero- , el cuál no hace más que explicar al espectador lo sucedido? ¿cómo se puede pretender que una resolución del problema que experimenta la pareja que hacen Wahlberg y Deschanel es la mejor manera de mostrar que el peligro ha cesado?  
Aparte de lo ingenuo que resulta sustentar la credibilidad del argumento en frases como "es un acto de la naturaleza y nunca podremos entenderlo", Shyamalan renuncia a toda posibilidad de resolver su película de una manera inteligente para enaltecer al amor que, en vez de triunfar y disipar el mal, tiene la suerte de prevalecer. La única veta que deja para provocar un cierto suspenso o temor alguno es la reaparición aleatoria de este happening, lo que parece insuficiente ante una película tan endeble y mal lograda, que se apoya en una noticia reciente (la desaparición de miles de abejas) para querer infundir temor.