sábado, 31 de enero de 2009

Un día largo

Jaime, niño de profesión, había despertado temprano y su jovialidad era notoriamente contagiosa. Sin embargo, su sonrisa hoy se le dibujaba por razones distintas a las habituales. No era el señor Sol iluminando a la ciudad con precisión y alegría lo que le echaba a andar las endorfinas, ni la tibieza de su lecho, que abandonaba puntualmente al amanecer. Era algo que no pudo notar desde la primera vez que despegó sus párpados. Y no pudo porque, a diferencia de otros días, despertó bocabajo con las cobijas sobre su cabeza y un chiflón colándose por entre sus ropajes nocturnos haciéndole cosquillas. Cosa rara, pensó al instante, siempre amanezco boca arriba y tapado hasta el pecho, como se me enseñó para no resfriarme, esto es un desorden. Pero al voltear para incorporarse, se percató extrañado de que el techo sobre su cabeza había desaparecido de la noche a la mañana, sin llevarse las paredes y dejando una carta al lado de su cama que le desdibujó su alegre mueca.
Querido Jaime,
Lamento haber partido tan de sorpresa. No era esta la manera que tenía pensada para decirte las cosas, pero no me quedó más remedio. Me he ido con el Sr. Mistral a encontrarme en algún lugar del Mediterráneo, pues, según me dijo, los techos allá, aparte de guarecer a la gente, regulan su temperatura para entibiar durante el frío y calentar cuando el fresco se hace demasiado. En verdad estoy intrigado con esta técnica europea, quizás pueda regresar siendo el mejor de los techos posibles. No te preocupes por mí; regresaré pronto.
Tuyo,
tu techo.
Pinche feo, musitó en el acto el desdichado. Con la sorpresa todavía en las rodillas, deambuló largo rato alrededor de su cama pensando en una solución, porque una buena caminata siempre es buena para pensar con claridad. Imaginó entonces la posibilidad de seguirlo hasta el viejo mar de comerciantes, pero al poco rato se respondió que él no tenía al Sr. Mistral de su lado, a ese ladrón de techos, para impulsarse de un gigantesco brinco hasta la costa de Libia o Italia... o ¿Siria? ¿España?. ¿Dónde iba a buscarlo? ni siquiera sabía de qué lado del Mediterráneo podría estar. Y un techo tan inteligente como él, que escribe caras de despedida, se puede esconder fácilmente.
Pero una idea le golpeó de súbito en la cabeza y gritó "Compraré uno nuevo".
Con la decisión hecha y la voluntad en las pisadas emprendió el camino hasta la agencia de bienes raíces más cercana, donde una mujer sonriente vestida muy elegante y con rayos deslumbrantes en la cabellera le recibió cortésmente.
-- Buenos días. He perdido mi techo y quiero uno nuevo -dijo con severidad el pequeño Jaime.
-- Me parece perfecto que sepa lo que quiere, joven. Hoy nos han llegado los documentos de tres nuevas residencias en esta zona.
-- No, no me entendió. No quiero una casa, quiero nada más el techo, el puro techo.
-- Pero aquí no vendemos techos, vendemos casas o departamentos, yo no puedo venderle a usted un techo nada más. ¿Quién me querría comprar una casa destechada?
-- Alguien que tenga un techo sin casa, por supuesto --respondió con lógica aplastante el pequeño.
-- Bueno, claro, pero eso no es normal, la gente compra casas con techos para no tener que hacer dos compras. Por eso aquí la vendemos completas. Siento no poder ayudarle.
-- Y entonces, señorita ¿podría indicarme la dirección que debo seguir?
-- Eso depende de adónde quiera llegar.
-- No me importa adónde... -- empezó a decir Jaime.
-- En ese caso, tampoco importa la dirección que tome --contestó la señorita.
-- ... con tal de encontrar un techo --acabó de decir Jaime.
-- Eso es fácil, no tienes más que ir con un albañil.
Todo se aclaró de repente. ¿Cómo no se le había ocurrido mandar a hacer su techo? Uno nuevo y fiel que no se vaya con el primer viento que se cruce en su camino; uno incluso más resistente que lo proteja de todo.
Con fuerzas renovadas se dirigió rápidamente a ver Pedro, el albañil más habilidoso de su colonia. Al llegar a su casa , encontró a Pedro levantado algunos muros para no perder la práctica.
-- Buenas tardes – Jaime miró su reloj que le decía con una sonrisa "ya es tarde"-, sí, buenas tardes. Me preguntaba si usted podría ayudarme a construir un techo para mi casa.
-- Por supuesto, hijo, dame un segundo para derribar estos muros de entrenamiento y me dices todo lo que necesitas.
Así que Pedro, con unos cuantos golpes de su poderosa mano, derribó las paredes frente a los ojos del pequeño que miró sorprendido la hazaña.
-- Bien, hijo, dime qué necesitas –dijo mientras se sacudía el polvo de la ropa.
-- Un techo, pero uno fuerte y fiel en el que pueda confiar y , si es posible, un poco tonto, que no sepa escribir -y de pronto Jaime pudo ver como las palabras del señor comenzaron a tomar una forma extraña que lo dejó sin habla.
-- Muy bien. Vamos a necesitar las vigas más resistentes que tenga a la mano, porque supongo que es para hoy mismo ¿no es así, hijo? Y un techo no se construye con los materiales frágiles con los que se puede construir, por ejemplo, una cama o un buró en el el que puedes poner algunos libros y el periódico. No, hijo, necesitamos tener buena madera que esté a la mano, y eso es justo lo que tengo aquí: buena madera para hacer techos magníficos como el que tú necesitas, hijo. Y para eso tenemos que echar a andar este trabajo, pero ya, al instante sino puede ser que no lo haya terminado para las 9 de la noche y tendrías que pasar frío. Y no queremos eso, no señor, no lo queremos. Pero no te voy a engañar de ningún modo: esto no es precisamente barato, y si un problema tenemos que resolver a la voz de ya es el del varo, hijo, esto no puede hacerse así nada más, necesitamos incentivos; tú para para incentivarme a mí, y yo para estar incentivado, no sé si me doy a entender, hijo, no lo sé. Este tipo de trabajos que son de carácter urgente se resuelven a tiempo con dinero porque hay que pagarle a las manos que trabajan, o no trabajan. No es algo que podamos resolver, lo de tu techo, a menos de que haya una buena cantidad de dinero de por medio. Hay que llevar todos los materiales hasta tu casa entre tres o cuatro trabajadores al menos eso sin contar los gastos de...
Pedro aun no terminaba de hablar cuando Jaime ya había salido caminando del lugar con la cabeza gacha, un poco decepcionado por lo difícil que se había tornado conseguir un techo en estos días. Y nada más de imaginar como pasaría la noche desprotegido del frío su puso a temblar de los pies a la quijada y se abrazó a sí mismo.
Sin saber todavía como resolver el problema caminó por la ciudad gritando "techito, techito, ven techito, techito" mientras pensaba una solución un poco más sensata y se hacía más tarde, hasta que llegó a un parque muy extenso y tomó asiento en una de las bancas cerca de los juegos, donde siguió diciendo con voz suave "techito, techito, ven techito, techito".
-- Si dime -contestó alguien por fin.
Jaime no supo que hacer al principio, nunca había escuchado la voz de su techo y no había pensado en cómo reaccionaría si le contestaban, así que brincó de su asiento sorprendido y comenzó a buscar de donde provenía la voz.
-- ¿Techito? -preguntó con cierto miedo hacía un arbusto.
-- Cáspita, creo que me he confundido. ¿No gritabas “Tachito, Tachito, ven Tachito, Tachito”? -respondió una voz rasposa y con olor a mezcal tras el arbusto, pero Jaime no pudo distinguirlo con tan poca luz.
-- No señor, gritaba “techito”, con “e” y sin mayúscula.
-- techito ¿eh? has perdido tu techo, ¿es eso?
-- Sí señor. Y como no pudieron venderme uno solo y construirlo era muy caro, preferí llamarlo, a ver si me escuchaba y podíamos arreglarnos de alguna manera. Ya no se me ocurre que más hacer, tal vez regrese a mi casa mmm... A mis paredes y duerma muy bien tapado hoy para evitar un resfriado.
-- La vida no es tan dura sin un techo cuando tienes paredes. Nada más te das cuenta de lo amplio que es el mundo, aunque con asomarte por la ventana basta para notarlo. No perdería mi techo, si tuviera uno, para aprender eso.
-- Bueno, no lo perdí, mejor dicho, se fue y me dejó una carta diciéndome que no me preocupara y que regresaría pronto.
-- Y has salido a buscar un techo nuevo.
-- Así es.
-- ¿Y eso te parece lo mejor que pudiste hacer, buscar un sustituto inmediatamente para alguien que te dijo que regresaría pronto?
-- No quiero pasar frío hoy por la noche.
-- Ni yo.
Ya era tarde y Jaime pensó que sería bueno regresar a casa. Así que dejó su chamarra sobre el arbusto y se despidió de Tachito "Adiós, Tachito", le dijo agradecido y "Adiós, ojalá vuelva pronto" le contestó la voz rasposa ya sin frío.