martes, 6 de septiembre de 2011

Los pollos


Miran desde la sombra, esperando el momento justo para cometer el más vil de los crímenes posibles: la sublevación. Pero, sin saberlo, nos hemos salvado de cualquier muestra de rebeldía por su parte, estandarizando la extensión de su vida y el peso de sus cuerpos. Miran desde la sombra porque en ella habitan y no conocen otro modo. Si llegara el día en que les fuera dado conocer el mundo fuera de las jaulas y criaderos que limitan la superficie de su vida, las grandes concurrencias de estos tiernos animales se tornarían en encuentros violentos, de los que sacaríamos la peor parte.

El pollo en libertad, suponen los criadores, podría reproducirse en proporciones bíblicas, pero llegarían a erigir sólo unas pocas civilizaciones desperdigadas y primitivas, debido a que la especie parece desprovista de la facultad del entendimiento mutuo.

A la fecha, es cierto, nadie ha muerto debido al cúmulo inconmensurable de sus picotazos suaves, pero también es verdad que son apenas unos críos cuando alcanzan el punto justo para librarse de todo mal y caer servicialmente sobre nuestros platos.