jueves, 4 de febrero de 2010

Sueño

Ayer por la tarde tuve este sueño. Desperté bastante alterado. Aquí lo transcribo dentro de mis posibilidades, pues no creo recordar todo tal cual sucedió dentro del sueño, así que sólo dejo mis impresiones:
Cuando me di cuenta, estaba en el asiento posterior de un automóvil antiguo, tal vez de los años treinta. El espacio estaba muy reducido, por lo que pensé que el espacio entre los asientos no era más que un error en la planeación, provocado por la brecha generacional entre aquellos diseñadores automotrices y las necesidades de la nueva genereción embarnecida por la era del fast food service. Aun así, los asientos pecaban de antiergonómicos. Casi no había luz y el ligero destello que podía percibirse brotaba del asiento del copiloto. Era de un encendedor que no alcazaba a iluminar el rosotro de quien fumaba. Nunca vi al chofer.
Dimos vueltas por la ciudad por un largo rato antes de que notara mi atuendo, mi elegante atuendo. No guardo un recuerdo claro de él, pero creo poder asegurar que se trataba de un traje negro con delgadas líneas grises, camisa negra debajo de una corbata blanca de seda. Llevaba sombrero, estoy seguro de haber sentido una presión ligera alrededor de la cabeza. El reloj pintado sobre la muñeca izquierda.
Escuché un ruido de armas, como si la estuvieran cargando. Por supuesto no pregunté el motivo ni me exalté por ello; debí haber dado la ordén en algún momento previo, pues no estaba en condición de prisionero y la tranquilidad en que viajábamos parecía poco menos que inquebrantable; supuse que sólo mi voz podría con él, así que me mantuve callado.
Los demás automóviles de la ciudad nada tenían de semejante con la belleza en la que veníamos montados el copiloto sin rostro, el piloto inexistente y yo; parecían vehículos relativamente nuevos en su mayoría, todos salvo el que venía frente a nosotros, con tres pasajeros cuyas sombras delataban cuerpos inmensos y bastante gruesos, casi podría podría asegurarlo, el cuerpo de unos gorilas. Una escolta, seguramente.
Viraron a la derecha, así que los seguimos. No conozco la avenida a la que nos incorporamos. Algunos metros mas adelante, sobre el lado derecho, había una gasolinería sin gente. Entraron con prisa. En cuanto subieron por la rampa, el chofer que no había podido ver aceleró hasta emparejarse con ellos del otro lado de la misma bomba.
No pude distinguir a nadie del otro vehículo sino hasta que alguien dentro de él encendió la luz. Del lado más cercano a nosotros, un conejo inmenso, vestido con un chaleco a cuadros, monóculo y sobrero de copa, miraba la hora en un reloj de cadena, con el rostro sumamente inquieto, como apresurado. A su lado, una mujer de tamaño igualmente desmedido, con un dejo de realeza, aunque con un atuendo demasiado viejo o, quizás, sólo extravagante, acomodaba su corona.
No pude verlos por mucho tiempo. En cuanto se encendió la luz el copiloto descargó su arma sobre el otro automóvil y salimos de ahí sin prisa. Nadie nos seguía.

1 comentario:

the lines on my face dijo...

jajaja el gangster mata conejos...
Está muy interesante todo tu intento de explicarte las cosas, de entender la época, a los diseñadores de carros de la época, a tus acompañantes, tu misma ropa y tu sensación de tranquilidad... Lo chido de los sueños viene en el análisis del recuerdo de ellos, como la forma y claridad que les quieres dar en la realidad, que no debería de ser analizada porque es un sueño...