viernes, 9 de julio de 2010

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Uno debe tener algo en el mundo en lo que se pueda reconocer, algo a lo que pertenezca. Es terrible que la familia sea una de las pocas posibilidades que ayuden a solventar esta necesidad. Un buen día uno se da cuenta de que en la sangre puede haber derrota, envidia, egoísmo, estupidez, y que todas las virtudes que puedan venir con el apellido y el linaje no son suficientes para mitigar la fuerza que todos esos defectos ejerce sobre nuestra vida. Afortunadamente no creo que sea menester del individuo triunfar sobre una sociedad repleta de gente sin identidad, así que puedo sacrificar un poco de mi individualidad en aras de un medio familiar medianamente estimulante, pero no más de dos veces a la semana ni después de las 6 de la tarde. El tiempo restante quisiera dedicarlo a reconocerme en mí mismo, en mis acciones, mis escritos, mis gustos y demás, de ser posible semejante cosa.

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